miércoles, 3 de octubre de 2012

Resolución Precipitada 


Subir al bus es siempre un asunto complicado, horas pico, frió o calor extremo, dependiendo de la época, decenas de personas cargadas de bultos, y además, ruidosas. Aquella mañana el panorama en el paradero era el de siempre, lúgubre y frió  pero se notaba cierto alboroto atípico en el ómnibus, y el conductor ajeno a cualquier inconveniente en sus pasajeros, se detuvo para que pueda subir, que gentil. 

Era todo muy extraño, claramente era una discusión pero parecía que todos estaban del mismo bando, como un grupo de hinchas en un bar, que hace barullo ante alguna jugada, gritaban, movían los brazos, decían cosas que llegaban a contradecirse, pero a su vez, se ratificaban. Había un joven metido en medio, parecía ser él contra los pasajeros, no miraba a nadie a los ojos, y su vestimenta no hablaba de alguien educado o de buenos modales. 

Según le reprochaban entre uno que otro insulto y golpe entendí que había agredido a algún hombre de edad que había subido al bus, aparentemente aquel viejo había bajado tras el encontrón con el joven, visiblemente esto me molestó y me dejé contagiar por la demás gente, finalmente sugerí que lo boten del bus, y así se hizo. 

Sentí lástima ante el agresor al ser bajado del autobús, estaba sangrando, no mucho, pero sangre es sangre, se le veía triste, y no era para menos, todo se tranquilizó después de esto, pero realmente me sentí mal al escuchar a una señora que había guardado silencio desde que subí. Aquel joven había enfrentado a un hombre de unos 70 años, por haber manoseado a su amiga cuando ella bajaba, aparentemente habíamos castigado a alguien que había hecho lo correcto. No sé que es peor, si las personas, que en grupo actúan sin saber o estar informadas, o yo, que fui parte de esta manada.

Ángel Bouroncle Uribe

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